Toda dirección única
es un hábil señuelo.
Todo sendero verdadero
tendría que enjuiciar
el trayecto, el recorrido,
nutriéndose en su derrotero
con el riesgo, la duda libertaria.
Todo camino,
espera silencioso,
el exclusivo encuentro,
de nuestra mirada;
la confluencia singular,
de nuestra pisada.
Si fuésemos capaces
de cambiar, trocar, renovar,
nuestro dócil trayecto,
nuestro apacible sumidero.
Si fuésemos capaces,
de canjear, permutar, innovar,
nuestro sereno bagaje,
de desprendernos, de despojarnos,
de la vanidad, del lujo, del poder,
que pomposamente atesoramos,
como quien da una limosna,
nuestro rumbo, incierto,
seria el indicado.
Tal vez, entonces,
nuestro deambular
por la vida
nos llevaría raudo
a la aldea de la utopia.
Rumbo a la nada
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