A SERGIO.
La mujer
a la que amo,
excava el surco,
de la sabiduría
en el pequeño infante.
Así otra vez,
con un insignificante
gesto de misericordia,
mueve montañas
que nadie
había alcanzado.
Longitud de dicción,
perfecta recitación,
estremecedora declamación.
Fragancia de noche,
tranquila, serena, placida.
Fugitiva música
de fondo
es su relato.
Nadie hay tan
dispuesta y dulce
como mi dama.
Prodigioso canto
de sirena.
Ceremoniosa madona
de fantasía,
nieta de Neptuno.
Yo esperaba
en el comedor
el panorámico momento
de su presencia;
inquieto, anhelante,
cual colibrí
en sinuosas lianas
de tiempo.
Mientras tanto
el nene,
fluía en sueños
al son de su voz.
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