Bien sabes,
que la muerte,
infinita siega,
con amor,
llega al mundo.
Esperando
que los desterrados,
ciudadanos anodinos,
como hilos de tristeza,
sean rondo inerte
de la sonoridad
de la ausencia.
Cuento y escribo,
no soy más
que un difunto,
junto a la mujer
que amo.
Ella se entrega
como quien
reescribe despacio
la historia.
Y golpea las puertas
de las almas,
con la luz
de su brillante estrella.
Yo soy en cambio
una penosa voz,
circundada por la angustia,
subterráneo vulgar
de sangre y herida.
Cánticos de muertos,
en el fondo de la cripta,
cuando llega
la luna nueva.
Un silbo de versos
habla sin cesar,
en esta hora ebria,
de los espejos desgarrados.
Donde se ve
la genuina y triste verdad.
Yo canto mi poema,
cuan defunción
en el edén,
mientras tú
duermes cómodo
en el sofá
de tu hogar.
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