Por el camino voy vencido,
llevándome el terror
de la tragedia
de haber amado.
Otra vez, vi, sus ojos esmeraldas,
y sus labios sonrientes.
En el cielo no había estrellas.
Dentro, muy dentro,
de mi pesarosa alma,
el hogar esta sencillamente
encapotado de ceniza.
Solo me rodea el silencio.
Encontré el sudor amargo,
repulsivo, del desamor.
Los abrazos de la nada,
el deseo sin sentidos,
el sonido sin tono ni timbre,
la carne convaleciente.
Vencido yo, deambulo
de una escena a otra
de la mediocre película
de mi existencia.
Otra vez vi, los reflectores,
de sus turgentes pechos,
y su adicto posar.
Sentado a la diestra
de la carencia
me veía como
El Padrino en video
en un orbe de Bluray.
Como aquel muchacho
viendo como su padre
celebra el retorno
del hijo prodigo.
Con grima de mi figura
pedí una limosna al destino
sabiendo que este no existe.
Cabe en mi abatimiento,
catedrales de flaqueza,
pirámides de plantas secas,
espejismos de oasis,
milagros desencajados.
Faenando por la verdad,
de su alma y su cuerpo,
entendí que la madrina
de la imcompatiblidad
es la oscura rutina
y su fiel testigo,
la atroz incomunicación.
Entonces fue cuando
la raíz de la soledad,
su tallo agrio, áspero,
creció triunfantemente en mí.
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